Hace cinco años estuve en el mar caribe con Valentina y Víctor. A Valentina la conocía de antes porque estudiábamos juntos y a Víctor lo conocí preguntándole si lo que ponía en su perfil de Instagram era verdad hasta que un día me enamoré de él.
Ese año quería conocer el Chocó en un pedacito justo al frente de Antioquia en el golfo de Urabá. Me había obsesionado con ir porque un día Ana, otra amiga, me convenció sentados en un mueble en la Fiesta del Libro. Me dijo: tienes que ir, te prometo que va a ser inolvidable.
Después de diez horas en bus y dos en lancha, llegamos a Al Vaivén, el hotel de mi amiga. Todos los días era como despertarnos en el paraíso; desde el baño de la habitación se veía el mar y desde el mar se veía la selva; soñábamos entre truenos y lluvia y al amanecer todo era nuevo y distinto. Comíamos cosas que nunca habíamos probado, Victor repitió la sopa tailandesa todas las veces que pudo y yo anhelaba que llegara el día en el que hubiera otra vez postres de amor escondido, la especialidad de la región.
El día de la caminata al Bosque de los Gigantes volvimos muy tarde y cansados. Después de horas de conocer árboles, caminar con botas prestadas y pensar que no lograríamos llegar tan arriba, volvimos con el último poquito de energía al comedor del hotel con todos los otros integrantes de la excursión. Nico, el guía, dijo: –tengo una sorpresa para los que no estén tan cansados.
Yo estaba cansado pero me pudo la curiosidad. Vale, con su personalidad aventurera y decidida de siempre, se fue conmigo. Victor no pudo, o no quiso (tal vez había mas sopa si se quedaba).
Bajamos las escalas de piedra, caminamos entre la oscuridad de la orilla y llegamos al mar. Vale me dijo que no era capaz, que su mamá le había repetido muchas veces que al mar no se entra de noche, que es muy peligroso y que esa era la única cosa que no se debe hacer en un paseo de esos.
Yo ya estaba adentro sin saber esas palabras que mantenían afuera a Vale. Luego, después de ver que todos ya estábamos ahí, fui por ella y caminamos juntos, cogidos de la mano, hasta entrar a donde estaba el grupo de los que no estaban tan cansados.
Nico nos dijo que solo tenía una careta, pero que habría un turno para cada uno. Recuerdo que esperamos muy poco, porque solo éramos cinco o seis personas en el agua. Cuando me tocó a mí, me puse la careta muerto de susto, respiré profundo y me sumergí. -Tóquese los brazos, nade, me dijeron.
Yo empecé a moverme despacio y al principio no pude creerlo. Me moví más rápido y ahí estaba. Me toqué la piel de los brazos y ahí también. El plancton brillaba con mi movimiento, con mi tacto en la piel, con el agua que estaba debajo mío y que yo veía casi dudando de que fuera verdad.
El agua brillaba y yo nunca había escuchado que el agua podía brillar. Salí del agua, le entregué la careta a Vale y esperé que fuera mi turno otra vez. Jugamos colgados del ancla de un barco, nos reímos y vimos el cielo estrellado encima de nosotros. Es como si las estrellas estuvieran en el agua, pensé. Todavía recuerdo ese pensamiento con detalle como si hubiera sido ayer.
También miré mucho tiempo el cielo, los amigos que hicimos en ese viaje y el mar iluminado por el que estaba nadando debajo de nosotros para volver a ver cómo todo brillaba por debajo.
Sentí que se me hacía un nudo en la garganta y caí en cuenta de que estaba viviendo eso. Tuve una sensación de consciencia de la realidad: el momento en el que uno está experimentando algo, se da cuenta y desactiva el modo automático de la vida. Empecé a llorar agradeciendo que estaba vivo y que eso me estaba pasando a mí. Miraba a los lados, veía el agua, veía a Vale y a Nico, veía el cielo y me veía a mí mismo flotando en el mar. Esa sensación, la de estar vivo y darme cuenta, fue tan fuerte que hoy puedo todavía describirla aunque ya hayan pasado cinco años.
Me sorprendió que todo eso me estuviera pasando a mí, que era tan miedoso y jamás entraría al mar por la noche, que tampoco pensé que podría alguna vez viajar con amigos y que mucho menos había pensado que podría enamorarme de alguien como para invitarle a aventurarse conmigo en una selva.
No pensé que eso me pasaría a mí que no me había dado cuenta que el mundo se iba a revelar frente a mis ojos así muchas veces más y en todas lloraría. A mí que un día por la noche me acordaría de esto y lo escribiría a toda velocidad como si el tiempo se me estuviera acabando y yo solo pudiera contar una historia más.
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